martes, 8 de noviembre de 2011

 
La sanación profunda
La sanación profunda del ser humano tiene lugar cada vez que éste opta por la verdad y la justicia y sigue su conciencia profunda, aun a costa de que surjan conflictos, incluso con el riesgo de perder algo y de encontrarse solo. 
 
Jean Vanier , Cada  persona es una historia sagrada P 163
Ser cristiano no significa ser religioso de cierta manera, convertirse en una clase determinada de hombre por un método determinado, sino ser hombre; Cristo no crea en nosotros un tipo de hombre, sino un hombre. No es el acto religioso el que hace que el cristiano lo sea, sino su participación en el sufrimiento de Dios en la vida del mundo. Dietrich Bonhoeffer. 
 ¿Hallaste miel? Come lo que basta, no sea que ahito de ella tengas que vomitarla. No intentes más de lo que tu talento puede subir, ni permanezcas por debajo

martes, 6 de septiembre de 2011

la fe teologal... un hermoso testimonio de dos personajes que vivieron, gozaron, sufrieron, amaron y esperaron.

La Fe Teologal en los personajes principales del libro “La Confesión”


En el presente escrito, después de la lectura del libro “La confesión, el diario de Esteban Martorus” presento lo que significa la fe teologal para dos de los personajes centrales de la interesante obra que Javier Sicilia escribe y en la cual nos invita a conocer los recónditos lugares del corazón de sus personajes, donde se juegan el amor, la esperanza y la caridad junto con el mal del mundo que a veces parece sobreponerse y ganar terreno a Dios.

Esteban Martorus, es el primer personaje del que me ocuparé. Él es un sacerdote que recientemente ha sido destinado a una Parroquia. En ella, y en las etapas previas a su envío, el autor nos permite conocer las historias que vivió este personaje y en ellas conocer la fe teologal del buen P. Martorus.

Fue un místico y un poeta con hambre de que el Reino de Dios se instaurara aquí en la tierra. Su fe fue más un proceso in crescendo que algo estático o fácil de definir. Llega a la firme convicción del amor de Dios siempre presente aún en medio de momentos de duda, oscuridad y vacilación. Podría yo decir que su fe teologal se fue construyendo hasta llegar a una vivencia similar a la de Jesucristo en la Cruz, quien abandonado se confiaba en las manos de su Padre.

Tuvo una vida mística que estuvo marcada por una intensa relación de amistad y amor con Dios y de servicio a los pobres. Su móvil fue siempre el amor. Vivió con amor y por amor.

Tuvo gran confianza en Dios que, no sin dificultades, se tradujo en una gran confianza en los que le rodearon. Fue una fe confiada que se dejó ayudar, sostener y que supo pedir ayuda cuando las limitaciones propias aparecían: “las cosas marcharon a pesar de mí incompetencia”, “avísale a la madre que necesito su ayuda.”

La fe de Esteban lograba encontrar al objeto de su amor en las cosas pequeñas y simples de la vida. “Cada vez me encuentro más a Dios en las pequeñas cosas de su creación ¿Dónde más podría hallarlo sino en este mundo nacido de su amor, en el que un día se encarnó para que lo conociéramos?”

La centralidad de Cristo Crucificado constituye gran parte de su fe: “lo único que nos queda es la Cruz y el Cristo desnudo”. Y así, este misterio rodeó su vida. Una vida que pasa por la Cruz, un sentirse abandonado, una noche oscura, un no ver: “y aunque ponga mi corazón y mis ojos en su amor, no logro más que contemplar la noche”. Momentos en los que la oración y la capilla eran posibilidades inalcanzables.

El P. Martorus también tuvo una conversión intelectual acerca de su idea y concepto de Dios: pasó del dios del castigo, la ira y las llamas al Dios-Amor, al Dios que se hizo pequeño.

Su gran amor a Dios se vio reflejado a través de una actitud de servicio más que de ayuda a las personas con las que compartió esa fe. Lejos del éxito y la aclamación, Esteban se dedicó a lo despreciado de este mundo: los pobres, las sirvientas, los enfermos, los jóvenes de la calle. Su amor por los pobres lo llevó también a ser pobre, y en esa pobreza, a dar en gratuidad aún lo poco que tenía. Su fe en Dios los hizo desprendido y poco a poco lo fue abriendo a su misericordia y gratuidad.

Como otra expresión más de su pobreza fue el reconocer además de sus límites personales y el sentimiento de inutilidad que llegaba con frecuencia a su vida, el saber que poco podría hacer por los que intentaba ayudar: “Los jóvenes por los que no podré hacer nada, quizá solo acompañarlos”. Se topaba así con la misma impotencia divina ante la libertad del hombre.

Su fe en Dios también lo llevó a abrirse a la amistad, vista esta como un don de Dios. Sus amigos lo acompañaron en sus luchas, en sus sueños, en sus limitaciones, en su dolor, en su alegría y en su lecho. Sus principales amigos fueron: Javier Sicilia, la madre Benedicta, Luz y Ángeles.

Esteban no se hallaba bien en este mundo. Criticaba el mundo utilitario, sin sentido en el que nos hallamos; un materialismo brutal que destroza sueños, ideales, dignidades.

Conforme la vida avanzaba, el proceso de fe se desarrollaba. El calvario, con esa Cruz que Jesús nos promete al seguirlo, se hacía cada vez más cercano: incomprensiones, ineptitudes, sinsentido, injusticia, muerte, sinsabores, conflictos de poder, etc.

Y aún así, Esteban creyó en la esperanza. Aún en la crisis estaba su Dios. Su deber era mantenerse firme en el amor, rezar en el silencio, y escuchar a Dios a través de los maestros de la fe: “no dejes nunca de amar, aunque todo esté destrozado, no dejes de amar”. Y aún cuando la crucifixión se estaba realizando en Martorus y Dios parecía ausente y el dolor, la impotencia y el desánimo superaban lo insuperable tuvo primacía Cristo y su Cruz. Ante la disyuntiva de permanecer en el infierno o amar, Esteban decidió abandonarse a ese silencio, a ese gran misterio de la Cruz de Dios, y así ofreciendo sus sufrimientos y elevando una acción de gracias al Padre, oró y murió como aquél a quien en vida amó.

Su vida fue un atisbo de la vida de Cristo mismo que pasó haciendo el bien, que anunció la irrupción del Reino, ese proyecto que sí y no se está realizando, esa utopía del amor cumplida parcialmente, esa aventura de la fe que goza de momentos de consuelo y solaz pero que a la larga lleva a la entrega dolorosa de la vida, pero siempre en fidelidad al gran amor de su vida.

Brevemente continuaré presentando la fe teologal de la madre Benedicta, perteneciente a la congregación de las benedictinas. En su monasterio tuvo techo, comida y sustento el P. Esteban durante su trabajo como párroco. Poco a poco, fue surgiendo una relación de amistad entre ellos. Benedicta se convirtió en el rostro materno de Dios para Martorus y a través de sus enseñanzas y cuidados, apareció con modestia la gran sabiduría y fe de esta mujer. Fue una mujer contemplativa, que vivía con los pies en la tierra y su mirada y corazón puestos en el crucifijo. Siempre con una sonrisa y una delicadeza tan humanas y tan divinas a la vez. Su fe mezclaba la dulzura y la energía y se mantuvo así aún con el paso de los años. Vivió una pobreza de bienes que le posibilitaba entregarse toda ella a los demás y orar y acompañar y animar. Su fe había seguramente ya pasado por la noche del Espíritu y era ahora una fe confiada, sabedora de la presencia insensible pero cierta de Dios en la noche oscura. Sabía también que conocedora del camino tenía la responsabilidad de acompañar al P. Martorus en su “noche”. La fe de Benedicta, estaba preñada de esperanza como lo expresan estas palabras que dirigía al padre: “sólo espere los frutos en la Esperanza, que sólo surge cuando hemos aprendido a desesperar de todo”. Concluyo la presentación de Benedicta con la siguientes frases que nos siguen hablando de su fe: “el recuerdo del amor de los hombres es siempre un alivio cuando todo parece hundirse y sólo nos quedamos con la fe teologal”; También afirma que: “el amor de los amantes y de los amigos es un signo de la Trinidad inscrito en la carne”.


Sicilia, Javier, La Confesión, El diario de Esteban Martorus, Edit. Jus, México.

sábado, 26 de febrero de 2011

El sentido de la Vida..

¿Cual es el sentido de la vida?
Dios y el sentido de la vida. Carta a un universitario.


¿Cómo vas en los estudios? ¿Te están gustando? Espero que sí. Sin embargo, ahora no será motivo de diálogo la parte académica. Hoy me gustaría platicar acerca del sentido de la vida, de tú vida. Quisiera, en primer lugar, preguntarte ¿para qué estudias? Quizá me digas que para aprender más y volvería yo a inquirir ¿y para qué quieres saber más? Me dirás que para poder tener un trabajo en el futuro, y yo continuaría ¿para qué? Y me dirás que para asegurar un futuro para ti y para tu familia. Y ¿para qué? Considero que será mejor detenernos aquí.

El tema del que quiero hablarte es del sentido de la vida. ¿Crees en verdad que la vida tenga sentido? ¿Para qué vivir? ¿Vale la pena? Seguramente que aún sin quererlo te has hecho esas preguntas.

Con esas preguntas espero hacerme comprender que el sentido de la vida es más, mucho más, que la profesión o el trabajo. La pregunta del sentido de la vida es complicada. No es como un circuito electrónico, que funciona o no. En la respuesta se involucra la vida entera. El porqué vivir es una inquietud radical que pide una respuesta: ¿quién soy, para qué estoy en esta vida, existe dios, cómo me debo comportar? Son preguntas para las cuales las ciencias nunca tendrán una respuesta ni afirmativa, ni negativa, es más, ni orientativa. De ahí que cuestionar el asunto del sentido de tu vida sea una tarea personal, aunque al considerar la cuestión no pueden estar ausentes los otros.

Pero, me interrumpirás pidiendo una mayor explicación sobre lo que se entiende al decir “sentido” de la vida. Aprovecharé un texto de Béla Weissmahr, quien comenta que el punto de partida es la propia experiencia existencial que nos da una pre-comprensión de lo que somos. Seres en el mundo, seres con los otros. Buscar el sentido equivale a buscar la inteligibilidad y el valor de las cosas. El mundo sólo es inteligible desde el hombre llamado a la esperanza, proyectada al porvenir. Se puede hablar de que algo tiene sentido cuando es bueno y satisface. Tiene sentido lo que te llena, lo que responde a tus necesidades vitales, espirituales y personales, lo que satisface el anhelo de reconocimiento, protección y compañía, aquello que te hace sentir a gusto, que te capacita para aceptar sin reservas tu entorno, tus decisiones y a ti mismo. Vamos, te lo voy a decir con palabras de la sabiduría popular, encontrar sentido es como decir, “ya me hallé”. Es decir, cuando yo coincido con mi mundo y éste conmigo. Es decir, cuando puedo vivir encontrando sentido y reconociéndolo en todo lo que soy y hago.

Me viene a la mente un relato de un monje que encontró sentido a su vida mediante el servicio a los demás y la consagración a Dios. Este monje, con mucha preparación y experiencia de vida, pasó su vida entera abriendo y cerrando la puerta del monasterio y encontró allí y en eso el sentido de su vida y una plenitud tal que poco importaba si abriera puertas, cocinara, estudiara, o fuera un conferenciante de clase mundial. Por el contrario, no hallarse es no entender, es no encontrar sentido.

Sin embargo, continuando con la historia del monje, habrá que preguntarse cuál era el sentido que él le daba a esa actividad o cómo era posible que eso le diera sentido y plenitud a su existencia, pues como tú bien lo sabes, pasarse la vida entera abriendo y cerrando puertas parece ser poco agradable y nada gratificante.

Me podría aventurar a dar contigo el siguiente paso en esta cuestión del sentido de la vida. Y es que el sentido, aquello que te mueve, que te pone en camino hacia algo que quieres, no puede tener como referente único a ti mismo, ni se puede reducir a la realización de una actividad. Weissmahr comenta que propiamente sólo tiene sentido aquello que apunta por encima de sí mismo, situaciones que nos liberan de nuestra propia estrechez. Y es mediante ese salir de sí, que es posible recuperar la energía creativa, el amor sentido hondamente o la vivencia estética.

Y es que el sentido de la vida es algo global, radical. No consiste en realizar una actividad aislada ni en obtener algo que deseas, pues todo ello debe estar de cara a aquello mayor que quieres ser en la vida. Quizá hayas tenido la experiencia de anhelar mucho un coche, un viaje, un rompecabezas. Lo deseas con muchas ganas y es ese deseo lo que te impulsa a conseguir el objeto de tu deseo. Podemos hablar que le encuentras el sentido a todo el trabajo que tengas que realizar para conseguir lo que quieres. Sin embargo, sucede una curiosa en el ser humano. Cuando consigue algo que quería, enseguida surge el desencanto o la costumbre y surge otro deseo. De ahí se desprende que nuestra realización no puede estar en la obtención de las cosas materiales. Existe un dicho que dice así: “la riqueza es como el agua de mar, entre más tomas, más sed tendrás” Continúa Weissmahr diciendo que nuestras actuaciones particulares sólo tienen un sentido cuando el todo al que pertenecen, es decir, nuestra vida como un conjunto, tiene a su vez sentido.

Otra experiencia más que nos puede servir es recordar cuáles son los momentos en los que te has sentido más feliz, más pleno. Haz memoria. ¿Quizá fue cuando compraste algo para ti, un coche, un viaje? Al platicar con muchas personas me han compartido que algunos de los momentos más felices de sus vidas han sido cuando han hecho algo por otros, cuando han aportado su tiempo y su persona a una causa humanitaria, a una persona que pasaba necesidad. Incluso partiendo de este tipo de experiencias, muchos han encontrado sentido a su vida. Este fenómeno resulta interesante pues están en juego las otras personas. En la película Bleu de Krzysztof Kieslowski, hay una escena que me impactó mucho, pues una persona le dice agradecida a otra: “Gracias, gracias por todo lo que has hecho por mí”. “Pero si no he hecho nada” contestó la protagonista. “Estuviste ahí, me escuchaste”.

“Meta de todo ser humano es la autorrealización, sólo se puede alcanzar cuando no se le persigue en forma directa. Ser hombre equivale a estar sobre sí mismo y orientado hacia algo, que a su vez no es ello mismo, hacia algo o hacia alguien, hacia un sentido que ese algo cumple, o hacia otro ser humano con el que se encuentra en el amor” (Weissmahr)

Sin embargo, es necesario dar un paso más allá, pues podrías contradecirme diciendo que tampoco el “estar volcados hacia los otros” te puede hacer totalmente feliz. ¡Cuántas personas se dedican a servir a otros y no encuentran en ello ni plenitud, ni sentido!
La búsqueda del sentido de la vida es la búsqueda del fundamento y sostén absoluto de nuestra vida. Esto es, al plantearnos la vida en un sentido global, radical, no bastan experiencias de adquisición de cosas o de ayuda a personas, debe haber algo más.
Parece ser tiempo para que hablemos del fundamento y sostén absoluto de la vida. Es aquí donde hablamos del Absoluto. Para los cristianos, Dios es el Absoluto, aquel en quien el hombre supone y afirma un sentido no relativizable de su vida y sus actividades y reconoce una realidad última que confiere sentido a su vida. (Weissmahr). De este modo, todo lo que el ser humano realice tendrá su origen y su destino en Dios. En él adquirirán sentido y se articularán todas las demás acciones que el ser humano realice. Dios será quien explique y de sentido a la vida. El mandamiento será el del amor a él y a los prójimos. Con Dios la vida toda podrá tener sentido.

Sin embargo, llegar a este tipo de conclusiones no será posible a través de la ciencia, ni de la lectura o intelección de la Biblia solamente. Las experiencias de sentido surgen más que cuando especulamos con agudeza, cuando actuamos y nos comprometemos, cuando amamos a alguien y experimentamos que somos amados, cuando nos irritamos frente a la injusticia, cuando vivimos y afirmamos el bien y el mal como opuestos incondicionales (Weissmahr)

Como afirma Weissmahr, a la vida humana sólo puede darle sentido una realidad trascendente al mundo e imperecedera. Esta realidad debe tener, además un carácter personal.

De este, modo, sabiéndonos sostenidos por “alguien” somos capaces de enfrentar la vida, de asumir incluso el sufrimiento y el dolor con esperanza y serenidad y de gozar y disfrutar plenamente la vida.

Recuerdo ahora un estudio en el que mencionaban que las personas que creían en Dios eran capaces de soportar más dolor que aquellas personas que no tenían alguna creencia en un ser superior.

Quizá nos hayamos extendido ya bastante en este tema, y aún tengas una objeción. Me dirás que no podemos sólo creer en Dios por una “experiencia”, que se puede amar a los seres humanos sin tener que ser creyente.

Solamente te diré que el ser humano tiene necesidad de aferrarse a algo, de sentirse sostenido por algo, por alguien. Baste ver la inmensa cantidad de horóscopos, psíquicos, adivinadores, lectores de cartas, nuevas sectas, religiones, movimientos que han surgido. Incluso en los países, así llamados “desarrollados” como Francia existe aún un alto porcentaje de la población que dice no creer en dios, pero que acude con frecuencia a diversos tipos de movimientos, grupos o prácticas que racionalmente podrían ponerse en duda. Con esto quiero demostrarte que el ser humano absolutiza siempre algo en la vida busca algo que lo trascienda. Algunos desgastan su vida por el deporte, otros por el poder, otros más por el dinero. Aspectos todos que no trascienden y que son tan efímeros que de un día a otro puede desaparecer. De ahí la necesidad de reflexionar acerca del sentido que tu quieres darle a tú vida.


Para ello, necesitarás escucharte en lo más profundo de tu corazón. ¿Qué cosas son las que te hacen realmente feliz?

La pregunta por el sentido de la vida no la podemos acallar, siempre llama a nuestra puerta y sólo puede ser una respuesta hecha vida. Ya sea que decidas no contestarla, sin embargo, lo estarás haciendo.

Creo que ha llegado el tiempo de dejar un momento para pensar. ¿Sientes que has encontrado el sentido de tu vida?

¿Cuál ha sido el móvil, el motor, lo que anima e impulsa tu vida? ¿Sientes que vale la pena vivir por y para ese “Absoluto”, te sientes “hallado” en lo que eres y haces aún cuando pueda haber dolor o sufrimiento? ¿Crees que puedes dotar tu existencia de sentido sin Dios? ¿En qué cifrarías el sentido de tu vida?