La Fe Teologal en los personajes principales del libro “La Confesión”
En el presente escrito, después de la lectura del libro “La confesión, el diario de Esteban Martorus” presento lo que significa la fe teologal para dos de los personajes centrales de la interesante obra que Javier Sicilia escribe y en la cual nos invita a conocer los recónditos lugares del corazón de sus personajes, donde se juegan el amor, la esperanza y la caridad junto con el mal del mundo que a veces parece sobreponerse y ganar terreno a Dios.
Esteban Martorus, es el primer personaje del que me ocuparé. Él es un sacerdote que recientemente ha sido destinado a una Parroquia. En ella, y en las etapas previas a su envío, el autor nos permite conocer las historias que vivió este personaje y en ellas conocer la fe teologal del buen P. Martorus.
Fue un místico y un poeta con hambre de que el Reino de Dios se instaurara aquí en la tierra. Su fe fue más un proceso in crescendo que algo estático o fácil de definir. Llega a la firme convicción del amor de Dios siempre presente aún en medio de momentos de duda, oscuridad y vacilación. Podría yo decir que su fe teologal se fue construyendo hasta llegar a una vivencia similar a la de Jesucristo en la Cruz, quien abandonado se confiaba en las manos de su Padre.
Tuvo una vida mística que estuvo marcada por una intensa relación de amistad y amor con Dios y de servicio a los pobres. Su móvil fue siempre el amor. Vivió con amor y por amor.
Tuvo gran confianza en Dios que, no sin dificultades, se tradujo en una gran confianza en los que le rodearon. Fue una fe confiada que se dejó ayudar, sostener y que supo pedir ayuda cuando las limitaciones propias aparecían: “las cosas marcharon a pesar de mí incompetencia”, “avísale a la madre que necesito su ayuda.”
La fe de Esteban lograba encontrar al objeto de su amor en las cosas pequeñas y simples de la vida. “Cada vez me encuentro más a Dios en las pequeñas cosas de su creación ¿Dónde más podría hallarlo sino en este mundo nacido de su amor, en el que un día se encarnó para que lo conociéramos?”
La centralidad de Cristo Crucificado constituye gran parte de su fe: “lo único que nos queda es la Cruz y el Cristo desnudo”. Y así, este misterio rodeó su vida. Una vida que pasa por la Cruz, un sentirse abandonado, una noche oscura, un no ver: “y aunque ponga mi corazón y mis ojos en su amor, no logro más que contemplar la noche”. Momentos en los que la oración y la capilla eran posibilidades inalcanzables.
El P. Martorus también tuvo una conversión intelectual acerca de su idea y concepto de Dios: pasó del dios del castigo, la ira y las llamas al Dios-Amor, al Dios que se hizo pequeño.
Su gran amor a Dios se vio reflejado a través de una actitud de servicio más que de ayuda a las personas con las que compartió esa fe. Lejos del éxito y la aclamación, Esteban se dedicó a lo despreciado de este mundo: los pobres, las sirvientas, los enfermos, los jóvenes de la calle. Su amor por los pobres lo llevó también a ser pobre, y en esa pobreza, a dar en gratuidad aún lo poco que tenía. Su fe en Dios los hizo desprendido y poco a poco lo fue abriendo a su misericordia y gratuidad.
Como otra expresión más de su pobreza fue el reconocer además de sus límites personales y el sentimiento de inutilidad que llegaba con frecuencia a su vida, el saber que poco podría hacer por los que intentaba ayudar: “Los jóvenes por los que no podré hacer nada, quizá solo acompañarlos”. Se topaba así con la misma impotencia divina ante la libertad del hombre.
Su fe en Dios también lo llevó a abrirse a la amistad, vista esta como un don de Dios. Sus amigos lo acompañaron en sus luchas, en sus sueños, en sus limitaciones, en su dolor, en su alegría y en su lecho. Sus principales amigos fueron: Javier Sicilia, la madre Benedicta, Luz y Ángeles.
Esteban no se hallaba bien en este mundo. Criticaba el mundo utilitario, sin sentido en el que nos hallamos; un materialismo brutal que destroza sueños, ideales, dignidades.
Conforme la vida avanzaba, el proceso de fe se desarrollaba. El calvario, con esa Cruz que Jesús nos promete al seguirlo, se hacía cada vez más cercano: incomprensiones, ineptitudes, sinsentido, injusticia, muerte, sinsabores, conflictos de poder, etc.
Y aún así, Esteban creyó en la esperanza. Aún en la crisis estaba su Dios. Su deber era mantenerse firme en el amor, rezar en el silencio, y escuchar a Dios a través de los maestros de la fe: “no dejes nunca de amar, aunque todo esté destrozado, no dejes de amar”. Y aún cuando la crucifixión se estaba realizando en Martorus y Dios parecía ausente y el dolor, la impotencia y el desánimo superaban lo insuperable tuvo primacía Cristo y su Cruz. Ante la disyuntiva de permanecer en el infierno o amar, Esteban decidió abandonarse a ese silencio, a ese gran misterio de la Cruz de Dios, y así ofreciendo sus sufrimientos y elevando una acción de gracias al Padre, oró y murió como aquél a quien en vida amó.
Su vida fue un atisbo de la vida de Cristo mismo que pasó haciendo el bien, que anunció la irrupción del Reino, ese proyecto que sí y no se está realizando, esa utopía del amor cumplida parcialmente, esa aventura de la fe que goza de momentos de consuelo y solaz pero que a la larga lleva a la entrega dolorosa de la vida, pero siempre en fidelidad al gran amor de su vida.
Brevemente continuaré presentando la fe teologal de la madre Benedicta, perteneciente a la congregación de las benedictinas. En su monasterio tuvo techo, comida y sustento el P. Esteban durante su trabajo como párroco. Poco a poco, fue surgiendo una relación de amistad entre ellos. Benedicta se convirtió en el rostro materno de Dios para Martorus y a través de sus enseñanzas y cuidados, apareció con modestia la gran sabiduría y fe de esta mujer. Fue una mujer contemplativa, que vivía con los pies en la tierra y su mirada y corazón puestos en el crucifijo. Siempre con una sonrisa y una delicadeza tan humanas y tan divinas a la vez. Su fe mezclaba la dulzura y la energía y se mantuvo así aún con el paso de los años. Vivió una pobreza de bienes que le posibilitaba entregarse toda ella a los demás y orar y acompañar y animar. Su fe había seguramente ya pasado por la noche del Espíritu y era ahora una fe confiada, sabedora de la presencia insensible pero cierta de Dios en la noche oscura. Sabía también que conocedora del camino tenía la responsabilidad de acompañar al P. Martorus en su “noche”. La fe de Benedicta, estaba preñada de esperanza como lo expresan estas palabras que dirigía al padre: “sólo espere los frutos en la Esperanza, que sólo surge cuando hemos aprendido a desesperar de todo”. Concluyo la presentación de Benedicta con la siguientes frases que nos siguen hablando de su fe: “el recuerdo del amor de los hombres es siempre un alivio cuando todo parece hundirse y sólo nos quedamos con la fe teologal”; También afirma que: “el amor de los amantes y de los amigos es un signo de la Trinidad inscrito en la carne”.
Sicilia, Javier, La Confesión, El diario de Esteban Martorus, Edit. Jus, México.