sábado, 4 de octubre de 2008

Acerca de la significación del nosotros

Filosofía Latinoamericana
Reflexión acerca de la lectura “Acerca de la significación del nosotros[1]”.


Llama especialmente mi atención la frase de Hegel, quien afirma que “es necesario ponernos para nosotros mismos como valiosos”. Sin embargo, como hemos visto con los conceptos del “eurocentrismo” y del “mito modernizador”, ese “nosotros” eran los europeos, como aquellos valiosos, cuya cultura debía ser transmitida, léase impuesta, a todos los demás pueblos, cuya cultura concebían como inferior.

Frente a esto podemos preguntarnos si ¿existe verdaderamente eso que llamamos un “nosotros latinoamericano” o bien una identidad latinoamericana?

Haciendo un poco de historia, podemos decir que el mismo nombre “América” fue impuesto por los europeos, al igual que realizaron un proceso de dominación económica y cultural.

Y, a primera vista, parecería difícil responder afirmativamente a la pregunta que planteo. Esto porque en muchos casos podríamos poner en duda la misma conciencia que tenemos de ser mexicanos y latinoamericanos. A lo sumo, diríamos que nuestra identidad mexicana está dada por nuestro belicoso himno nacional y por nuestra bandera, que por cierto “es la más bonita del mundo”. Sin embargo, el tejido social parece estar desquebrajado y se observa en el ambiente político de nuestro país, una gran falta de coordinación y comunicación entre los diferentes agentes que integran la sociedad. Parece dejarse ver una intolerancia hacia “el otro” que me es ajeno, que piensa diferente que yo o que “nosotros” y no estamos abriendo caminos para un diálogo, para un acuerdo común básico que nos permita convivir pacíficamente como sociedad.

Si bien pareciera que la identidad como mexicanos tambalea, es de imaginar que la conciencia de “ser latinoamericanos” esté aún más disuelta y poco conciente entre nosotros. ¿Qué nos uniría a los demás países latinoamericanos, si no es que una “misma” lengua? En México al menos desde mi percepción seguimos dando vida al malinchismo. Muestra de ello es el considerar superior, mejor, de más calidad todos los bienes, productos y servicios que provienen de Europa o Estados Unidos, sin tener en la mente a nuestros países sureños o repitiendo el trauma, viéndolos de arriba hacia abajo.

En la historia han existido algunos intentos por unificar a Latinoamérica, pero quizá por un padecimiento común, nos ha resultado difícil el diálogo, la coordinación de esfuerzos, la solidaridad y se ha aplicado el “sálvese quien pueda” expresado actualmente por la elaboración de tratados comerciales ventajosos con las potencias económicas. Esto da como resultado la nueva colonización de Europa y Estados Unidos, quien de forma menos violenta aunque cruel siguen sometiendo económicamente a los países pobres, estableciendo condiciones preferentes de comercio, saqueando legalmente las riquezas naturales y mano de obra de los países con los que firman tratados. Hasta hace poco, América Latina era muy atractiva a los grandes capitales por la mano de obra barata, por las ventajas arancelarias, por la regulación ecológica laxa para “invertir”, proceso que consiste en instalar una planta en el país, de la cual obtendrán beneficios cuantiosos, con rendimientos y ganancias mayores al que obtendrían en sus países de origen. Baste el ejemplo de la privatización de PEMEX, con empresas españolas y gringas que esperan ansiosas el sí de México para colaborar en la explotación del petróleo.

Existe ahora un “nosotros”, pero no aquel que podría aglutinar a todos los habitantes de América Latina y que pudiera fungir como un signo de unidad, sino un “nosotros” que cada grupo utiliza: nosotros los indígenas, nosotros los empresarios, nosotros los inversionistas, nosotras las mujeres, nosotros los pobres, nosotros los defensores de los pobres, nosotros los buenos, nosotros los que tenemos la razón, nosotros los intelectuales, nosotros los mexicanos, etc.

Frente a este escenario de multiplicidad y, podría decir, división o fragmentación se antoja necesario la toma de conciencia de los elementos comunes como mexicanos, en primer lugar, y como latinoamericanos que nos puedan llevar a una unidad que sea posible traducirla en términos de solidaridad, proyección común y unidad frente a los nuevos modos de colonización europea y norteamericana que hoy son ya una amenaza para la libertad y la autonomía de los países latinoamericanos.


[1] ROIG, Arturo Andrés, Teoría y Crítica del Pensamiento Latinoamericano, FCE, México, 1981, pp. 18-43

¿América latina o Sudamérica?

Filosofía Latinoamericana
Septiembre 18, 2008

Textos fuente:
¿América latina o Sudamérica?[1]
Las dos Américas[2]
La soledad de América Latina[3]


En primer lugar, presentaré algunas de las frases que me fueron más significativas acerca de los textos, para posteriormente realizar mi reflexión.

Del poema, las dos Américas, destaco la división que el autor hace de las dos Américas: América del Norte y América Latina. Describe a América del Norte como el país en el que no hubo ni reyes ni corte, sí ley. En ese país se busca la libertad para sí al igual que la riqueza. La relación con las otras repúblicas es de desdén y desprecio. Se rige por el principio “cuanto es útil es bueno”. Por su parte, describe el autor la situación de América del Sur así: “mas aislados se encuentran, desunidos / esos pueblos nacidos para aliarse/ la unión es su deber, su ley amarse/ igual origen tienen y misión/ la raza de la América latina,/ al frente tiene la sajona raza, /enemiga mortal que ya amenaza/ su libertad destruir y su pendón. Ya al final de su poema escribe “un mismo idioma, religión la misma, leyes iguales, mismas tradiciones: todo llama esas jóvenes naciones, unidas y estrechadas a vivir. ¡América del Sur! ¡Alianza, alianza en medio de la paz como en la guerra, así será de promisión tu tierra: la Alianza formará tu porvenir!

En el texto de Luis Alberto Moniz Bandeira, destaco la siguiente información:
El político chileno Francisco Bilbao Barquín fue el que usó por primera vez en Paris -1856- el concepto “América latina”, incluyendo México y la América Central. El escritor argentino Juan Bautista Alberdi siempre habló de América del Sur. La importancia de dicho concepto estriba en que fue el que desde el siglo XIX orientó la política exterior de Brasil. Y la existencia de dos Américas estaba dada principalmente por la geografía, misma que determinaba las cuestiones económicas y políticas. Existe con México, gran distancia e intereses tan diversos que hacen que el concepto América Latina sea genérico y sin consistencia. El autor destaca la importancia en población y en cifras económicas de la región de América del Sur.

Grabriel García Márquez, relata que América Latina vive en soledad. La independencia del dominio español, no nos puso a salvo de la demencia. Y realiza un serio y profundo análisis de toda la muerte y el dolor que ha sufrido América Latina, secuestros, desaparecidos, presos políticos, dictaduras, migraciones forzadas, guerras civiles, destierros. Estas realidades, por fuerza, forman parte de lo latinoamericano. Realiza asimismo una crítica a la mirada europizante, porque nos recuerda todo los años o siglos que transcurrieron para que algunos países europeos lograran tener la paz y la prosperidad de la que ahora gozan. “una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde tras las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”

Al terminar de leer los artículos veo que los autores distinguen lo que es América del Norte, identificada con los Estados Unidos, y las Américas del Sur. Yendo un poco más lejos podemos descubrir que si bien Francisco Bilbao Barquín ocupa el término “América Latina” para referirse a los países que abarcan desde México Hasta Argentina, Juan Bautista Alberdi habla solamente de América del Sur y deja ver que los intereses así como la geografía son tan distintos que no es posible hacer una unificación simplificadora que pretenda la unidad por sí misma. En este aspecto puede ser contrastante con la postura del poeta José María Torres Caicedo, que pareciera llamar a una unidad, a una alianza a ultranza cuando afirma : “un mismo idioma, religión la misma, leyes iguales, mismas tradiciones”. Esta posición se me antoja absolutista, de unidad y considero que no refleja la multiculturalidad ni la pluralidad, sobre todo en este tiempo, ideológica, religiosa, incluso de idioma.

En el punto que coincido es en que es necesaria una mayor conciencia del ser latinoamericanos. Incluso pensando en términos comerciales me pregunto por qué no se ha logrado algún tipo de alianza comercial que nos lleve a preferir lo producido en esta “misma” región, en vez de importar todo lo que puede ser producido aquí. La respuesta no es fácil, pues por encima de nuestras “solidaridades” está el esfuerzo por mantener el vínculo con las naciones poderosas que piden un “tratado” con los países en desarrollo y con tal de conseguirlo, con los subsecuentes beneficios económicos y políticos, nos lleva incluso a rechazar las propuestas comerciales de otros países. Es decir, seguimos sometidos al poder del dinero, a esa sed de oro que domina a las potencias mundiales, pero que también a nivel casero, nos domina a nosotros. El dinero se sobrepone ante cualquier objeción moral. Así, en América Latina hemos dejado de preguntarnos si podemos ponernos de acuerdo en algo, si podemos crear algo juntos (quizá como las investigaciones de generación de partículas que realiza la UE) porque estamos muy ocupados en los aspectos de la sobrevivencia y los pueblos resarciendo las heridas constantes de la violencia, los secuestros, la guerrilla, el narcotráfico, las guerras civiles, etc.

Concluyo haciendo mío el deseo de Gabriel García Márquez, de crear “una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde tras las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”




[1] MONIZ, Bandeira Luis Alberto, ¿América latina o Sudamérica?, http://www.clarin.com/diario/2005/05/16/opinion/o-01901.htm
[2] TORRES Caicedo, José María, Las dos Américas.
[3] GARCÍA Márquez, Gabriel, La soledad de América Latina.

La conquista: Entre la comprensión y la destrucción

Filosofía Latinoamericana
Agosto 25, 2008

La conquista: Entre la comprensión y la destrucción

Al mirar el hecho histórico de la Conquista se observa un hecho ambiguo. Y éste está caracterizado por dos polos que son la comprensión y la destrucción. El primero puede constatarse en el hecho de no haber aniquilado a la población indígena y de haber existido el mestizaje. Esto contrasta con lo que sucedió en Estados Unidos, donde hubo una exterminación masiva y los indígenas fueron enviados a “reservas”. El segundo hecho es también evidente. Los españoles llegaron a imponer su cultura, lo que implicó la destrucción de los monumentos y lugares de culto. Esto se expresa gráficamente en lo que sucedió con muchas pirámides que fueron cubiertas con tierra y edificado un templo católico encima. Ya desde aquí podemos ver un adelanto de lo que sería la Conquista: un sobreponer una cosmovisión sobre otra existe, que a lo más, quedaría enterrada. Destrucción en otro sentido que implicó la muerte de muchos indígenas, tanto de manera directa –asesinato- como de forma indirecta – por las enfermedades traídas por los españoles-

A la llegada, los españoles son recibidos con gestos de paz, con regalos, sin quedar exento el miedo que produce todo encuentro con un “extraño”.

Por su parte, para los españoles y especialmente para Cortés, quien era el que estaba al mando, los indígenas ocuparon una posición intermedia en el pensamiento de Cortés. Les concedió el carácter de sujetos, pero lo son en tanto cuanto sirvieran para un fin importante para ellos, que era el de generar riquezas.[1] También se produce admiración, pero “en vez de borrar la distancia existente entre ellos y él, más bien la marca, y su pertenencia a la serie de las “curiosidades naturales” no está totalmente olvidada[2]

Y es necesario comprender, de manera básica, cómo se dio este proceso. ¿Por qué si había cierta admiración, cierto reconocimiento y cierta simpatía por los indígenas, se llegó a la matanza de muchos de ellos, a enterrar su cultura y a establecer una relación en términos de explotación y de desigualdad?

Una razón para ello puede serlo en gran anhelo de riqueza y poder con el que venían los conquistadores. Venidos de un mundo donde había un orden social, político y económico establecido, donde las grandes riquezas pertenecían a familias de nobles cunas y eran heredadas de generación en generación, donde era difícil “dejar de ser quien se era”, encontraron en América una nueva oportunidad que les permitiría hacerse de algo muy preciado en Europa, el oro, y el poder que les permitía ponerse por encima de todo un grupo al que tendrían que cultivar.

Por otra parte, como menciona Todorov, “los autores españoles hablan bien de los indios, pero salvo en casos excepcionales, nunca hablan a los indios. Ahora bien, sólo cuando hablo con el otro (no dándoles órdenes, sino emprendiendo un diálogo con él) le reconozco una calidad de sujeto, comparable con el sujeto que soy yo. Si el comprender no va acompañado de un reconocimiento pleno del otro como sujeto, entonces esa comprensión corre el riesgo de ser utilizada para fines de explotación, el “tomar”; el saber quedará subordinado al poder[3]


Y finalmente, el más importante aspecto que influyó para que la destrucción fuera posible aun estando la comprensión o admiración fue la valoración axiológica que los españoles hicieron de los indígenas. Se pusieron por encima de ellos, se consideraron superiores, no los reconocieron como sujetos de diálogo, los veían, tal como más tarde diría Kant, como medios y nunca fines en sí mismos. Y desde una valoración axiológica desfavorable hacia el indígena, todo lo que éstos realicen estará mal visto, será salvaje, será amenaza. Mientras que por otro lado, todo lo español y europeo será bueno, valioso y además será lo que los “salvajes” tienen que aprender.

Para concluir, me fijaré en un comentario que realizaron los indígenas –Motecuhzoma- cuando estaban siendo atacados por los españoles, especialmente por Alvarado, durante la fiesta de Toxcatl, mismo que es citado por Miguel León: “ pues no somos competentes para hacerles frente, que se deje de luchar[4]

Frente al dilema que planteo al principio, entre la comprensión y la destrucción, podemos concluir que esa cuestión aún sigue vigente hoy en día. No terminamos de entender la conquista. Como mestizos que somos, no podemos ponernos ni totalmente del lado del indígena pero tampoco totalmente del lado español. Quedamos entre fuego cruzado. Queda quizá aún vivo un afán por el dominio y la riqueza, que busca de quien aprovecharse, que busca siempre ponerse por encima de los demás, y que ha generado grandes desigualdades en nuestro país, quizá tan dramáticas como las de aquellos tiempos en los que los españoles poseyeron las tierras despojando y obligando a los indígenas a trabajar en ellas. Por otra parte, sigue una destrucción y un sentimiento, ¿colectivo? De derrota, de inferioridad, que hoy podría dejarse ver en diversos ámbitos como el deportivo, el económico, el social. Pareciera que existe una aceptación silenciosa que grita: “no podemos ganar muchas medallas en las olimpiadas, pero le echamos ganas”, “no podemos lograr la seguridad en nuestro país”, “no podemos generar una economía estable y fuerte ni generar tecnología”, “no podemos erradicar la corrupción”, “no podemos ponernos de acuerdo”… porque no somos competentes y muchas veces como individuos o como sociedad hemos decidido dejar de luchar.

Esto puede llevar a dejar algunas preguntas para la reflexión: cuando me enfrento al extraño, a aquel que es diferente a mí – a fin de cuentas a todo otro- ¿cuál es mi reacción ante la diferencia? : ¿superioridad, miedo, rechazo, aceptación o diálogo?.

¿De qué forma seguimos perpetuando un sistema de diferencias sociales, de grados, de título?

¿Sigue estando un oculto supuesto que desde el interior nos hace pensar como individuos y sociedad “no somos competentes”?



[1] Cfr. Todorov Tzuetan. La Conquista de América. Siglo XXI, México 1991, p. 142

[2] Loc. Cit.
[3] Ibíd. P. 143
[4] LEON Portilla, M. Visión de los vencidos, UNAM, 1989, p. 85

Los hijos de la Malinche

Filosofía Latinoamericana
Septiembre 12, 2008

Los Hijos de la Malinche[1]

En la mencionada sección del libro de Octavio Paz, “El laberinto de la soledad”, llama mi atención el aspecto en el que abordan la problemática del obrero mexicano.

A mi parecer sí refleja la actual situación de los obreros mexicanos, pero no sólo de ellos, sino también de los de América Latina, de otros países en desarrollo, de tercer mundo y aún en los países del así llamado “primer mundo”.

A continuación presento un texto de Paz, donde describe la situación de los obreros:


“Carece de individualidad, la clase es más fuerte que el individuo y la persona se disuelve en lo genérico. Porque ésa es la primera y más grave mutilación que sufre el hombre al convertirse en asalariado industrial. El capitalismo lo despoja de su naturaleza humana, puesto que reduce todo su ser a fuerza de trabajo, transformándolo por este solo hecho en objeto. Y como a todos los objetos, en mercancía, en cosa susceptible de compra y venta. El obrero pierde, bruscamente y por razón misma de su estado social, toda relación humana y concreta con el mundo: ni son suyos los útiles que emplea, ni es suyo el fruto de su esfuerzo. Ni siquiera lo ve.

La complejidad de la sociedad contemporánea y la especialización que requiere el trabajo extienden la condición abstracta del obrero a otros grupos sociales. Vivimos en un mundo de técnicos, se dice. El gobierno de los técnicos, ideal de la sociedad contemporánea sería así el gobierno de los instrumentos”[2].


Al leer este fragmento traigo a la mente la crítica que Jürgen Habermas realiza también a nuestras sociedades, debido a que la razón instrumental, es decir la razón técnica, ha ganado tal importancia dentro del sistema económico y de gobierno, que deja fuera toda otra razón como la práctica. Aunado a esto, el positivismo incentiva el modelo de las Ciencias de la Naturaleza, dejando sin aparente sustento “científico” según su modelo a toda cuestión que se relacione con la moralidad. Parecería absurdo plantear dentro del entorno económico neoliberal qué tanto importan las condiciones de vida del obrero, sin embargo, sí es legítimo hablar de rentabilidad, de productividad, de inversión. Otra pregunta que tampoco se formula, ni siquiera los obreros, es ¿cómo se justifica o se puede legitimar las enormes diferencias salariales entre el aparato administrativo y los obreros? Esta legitimación viene dada por la famosa “especialización”, que quiere decir que, a mayor nivel de preparación y estudios, mayor será el salario. Sin embargo, esta lógica que parece estar introyectada y aceptada en todos los individuos de la sociedad, posee una treta en su interior. Y digo esto porque precisamente podrá estudiar, quien tenga los recursos básicos para hacerlo, desde la posibilidad de pagar el transporte, hasta cumplir con los requisitos que se piden para una especialización, que van desde los estudios básicos e intermedios, hasta las habilidades para poder contactar a una universidad y realizar los trámites solicitados. Si a esto agregamos que las familias que sólo poseen su fuerza de trabajo, debido a los bajos salarios “salarios mínimos”, se ven obligados a trabajar la mayor parte de la familia en posición de hacerlo, cuando los hijos terminan la primaria o la secundaria, son lanzados al mercado laboral, con lo cual continúa un círculo vicioso. Siguen siendo obreros porque no tienen alguna “especialización”, y siguen sin ésta porque son obreros. Se ve así una situación que orilla a muchas familias solamente a subsistir, es decir, a tener lo mínimo, y no lo básico, para poder seguir trabajando.

Esta es una de las razones por la cual se hace necesario plantarse seriamente la pregunta acerca de la justicia social en nuestro país y en el mundo. Surge la necesidad de dialogar con la razón instrumental o técnica, para recordarle que el ser humano está por encima de la Técnica y la Ciencia, que no todo lo económicamente viable es humanamente deseable.
[1] PAZ, Octavio, El laberinto de la Soledad, FCE, México, 1981
[2] Ibíd. P.61-62

Reflexión de la película: Un nuevo Mundo

Filosofía Latinoamericana
Reflexión acerca de la película “Nuevo Mundo”
Septiembre 7, 2008


La película “Nuevo Mundo” narra el modo en el que los españoles llegaron a México con un afán impositivo y violento hacia los indígenas. Su presencia fue para imponer un nuevo régimen económico, político, social y religioso. Sin embargo, la película muestra a una minoría de españoles que buscaban la convivencia, diálogo y comprensión con la población nativa. Otro hecho que narra la película es la resistencia que los indígenas realizaron frente a la dominación española, aspecto que comúnmente no es tan conocido ni narrado. Frente al temor de los españoles por una sublevación indígena y frente a la incapacidad para cambiar en un breve lapso de tiempo, tradiciones centenarias, se ingenia una forma de unir ambas culturas: una “virgen” que unía a españoles e indígenas, fusionando la larga tradición religiosa de los indígenas con la concepción de la Virgen María, quien en la religión católica es la madre de Jesús. De este modo se logró unir ambas razas y culturas. La virgen de la película hace alusión a la Virgen de Guadalupe la cual sigue hasta nuestros días siendo uno de los pocos símbolos que dan unidad al pueblo mexicano.


De la película llaman mi atención algunos aspectos. Por una parte, se observa del lado del dominador una actitud de imposición, de violencia ejercida sobre los indígenas, a quienes trataban casi como esclavos.


El problema principal que presenta la película es la forma de justificar la violencia. Para ello, los españoles recurren a la religión como legitimadora. Con el pretexto de convertirlos a la verdadera “religión” los obligaban a cortar de tajo, sin escrúpulo alguno”, de la noche a la mañana. Siendo que los procesos de conversión, en primera instancia tienen que ser deseados y en segunda, que requieren un proceso, un tiempo, un ritmo.

Frente a la urgencia que tenían los españoles por lograr la conversión, los indígenas opusieron resistencia, y al no poderlo hacer de forma abierta por la superioridad de las armas españolas, mantuvieron la resistencia, pero de forma oculta, simulada. De esta forma aparentaban adorar a los nuevos santos o divinidades, pero transponiendo el significado o la figura de los suyos con los nuevos.

Este hecho me parece muy importante, porque en la actualidad, uno de los problemas que aún persisten en nuestro país es la simulación en muchos ámbitos de la vida. Se simula que se trabaja, se simula que una escuela no es religiosa, se simula el pago de impuestos, se simula el grado tan grande de corrupción , se simula en la política, se simula en el pago de prestaciones a los empleados, se simula en el amor al prójimo, se simula en la religión.

Nos la pasamos simulando, porque nos cuesta mucho decir quiénes somos, qué creemos, qué queremos. Quizá sea este, un resabio de la Conquista y del modo en el que tuvieron que responder los indígenas frente aquellos ante los cuales no podían tener otra alternativa de respuesta, que sin comprometer sus más hondas creencias, pudieran también agradar y cumplir las expectativas de los “otros”. Queda la tarea de buscar ahora, que ya no estamos bajo el dominio de los españoles, -aunque si bajo el dominio de otros poderes económicos-, los caminos que nos permitan dialogar, dándole la oportunidad al otro de expresarse, para así poder definir como nación hacia donde queremos dirigirnos. Se antoja una tarea harto difícil, especialmente cuando los intereses personales, el ansía de mayor dinero y poder parecieran apoderarse de todo proyecto e iniciativa en el ámbito político, social, económico y religioso. Sin embargo, no por ello innecesaria.

La herencia de la Conquista: Desigualdad, dominio de la fuerza y falta de diálogo

La herencia de la Conquista: Desigualdad, dominio de la fuerza y falta de diálogo


¿Alguna vez nos hemos puesto a pensar si en verdad tenemos como mexicanos algo común, algo que nos una más allá del lenguaje, de los símbolos patrios, del territorio? En otras palabras ¿por qué somos mexicanos?; ¿qué nos hace mexicanos?; ¿cómo somos los mexicanos?

Y, contando con la dificultad que de por sí representa el englobar en el concepto “mexicano” a todos y cada uno de los habitantes de la República Mexicana, podríamos hablar del mismo por contraste y por similitud con otros países. Podremos encontrar algunos elementos comunes con otros países, principalmente con los latinoamericanos y grandes diferencias con otros. De esto modo, será posible un acercamiento, una aproximación a aquellos elementos que están implícitos en el modo de nacer, de crecer, de concebirse como “mexicanos”. Una serie de elementos que nos puedan describir, que nos permitan hacernos comprensibles, en primer lugar, a nosotros mismos.

Me gustaría empezar estableciendo un rasgo común que compartimos con América Latina y que por su importancia aún influye en nuestros países y en nuestras cosmovisiones para posteriormente abordar el caso mexicano.

Podríamos decir que el elemento compartido de México con América Latina es el hecho histórico de la Conquista. Pero no solamente la mera conquista, sino la poca asimilación que se ha tenido de ese hecho. Es más se le denomina al 12 de Octubre como “día de la raza” y se festeja muchas veces sin comprender en toda su extensión y gravedad el alcance de ese acontecimiento. Incluso se denomina el “encuentro de dos mundos”, que si bien transformaría las visiones del mundo de los europeos como de los americanos, me atrevería a afirmar que tuvo poco de encuentro, respeto y diálogo y mucho de imposición, ambición y brutalidad. Como consecuencia de esa conquista española compartimos la lengua, una religión, y hasta un modo de ser.

México, al igual que todos los otros países de América Latina fue conquistado hace casi 500 años. Pareciera que ese hecho está lejano. No obstante, las consecuencias perduran y son visibles en el México del siglo XXI. Algunas manifestaciones de ello, a mi parecer, son la desigualdad, la falta de diálogo y el sometimiento a la voluntad del más poderoso, es decir del que más dinero tiene. Todos estos elementos están enraizados ya en la cultura, en el modo de convivencia social, en la mentalidad de los mexicanos.

Tres elementos serán los que presente a continuación, como consecuencias y elementos descriptivos de “lo mexicano”: a) la desigualdad, b) las relaciones de poder y c) la falta de diálogo.

Desde 1808 el barón Alexander von Humboldt describía a México como el país de la desigualdad. En 2008 podemos decir que México sigue siendo el país de la espantosa desigualdad. Y podemos constatar como este factor ha estado presente desde la Conquista, época en la cual los españoles, con la justificación religiosa que la legitimó, y ávidos de poder y de dinero, los conquistadores y los religiosos, despojaron a los indígenas de sus tierras y se convirtieron en propietarios. Se estableció así el modelo de producción bajo el esquema de la Hacienda. Los dueños, por supuesto siempre fueron los españoles. Los trabajadores los indígenas. No se podría llegar a nombrarlos esclavos, aunque sí se dieron relaciones de explotación y sometimiento graves.

Actualmente existe también una situación similar, aunque ya no propiamente igual, pues ahora los dueños de las “haciendas modernas” son los capitalistas (españoles, estadounidenses o mestizos. Lo mismo da la nacionalidad o el origen étnico) los que perpetúan un sistema de explotación. Es decir, los que obtienen sus ganancias producto de la explotación o de los mal llamados “salarios mínimos” o “salarios de subsistencia” diría yo.

A continuación presento un texto de Paz, donde describe la situación de los obreros mexicanos:

“Carece de individualidad, la clase es más fuerte que el individuo y la persona se disuelve en lo genérico. Porque ésa es la primera y más grave mutilación que sufre el hombre al convertirse en asalariado industrial. El capitalismo lo despoja de su naturaleza humana, puesto que reduce todo su ser a fuerza de trabajo, transformándolo por este solo hecho en objeto. Y como a todos los objetos, en mercancía, en cosa susceptible de compra y venta. El obrero pierde, bruscamente y por razón misma de su estado social, toda relación humana y concreta con el mundo: ni son suyos los útiles que emplea, ni es suyo el fruto de su esfuerzo. Ni siquiera lo ve.

La complejidad de la sociedad contemporánea y la especialización que requiere el trabajo extienden la condición abstracta del obrero a otros grupos sociales. Vivimos en un mundo de técnicos, se dice. El gobierno de los técnicos, ideal de la sociedad contemporánea sería así el gobierno de los instrumentos” .

Con este texto y con la experiencia que da el estar en contacto con los obreros, con empleados de tiendas, con chalanes, albañiles, e indígenas no se necesita ser mago para poner al descubierto las grandes diferencias sociales, económicas y culturales que existen en México. Tan sólo se necesitaría ser ciego para poder obviar esta realidad de la gran desigualdad, cuya dureza, cuya lejanía y cuyo sentimiento de ser ajena a todos e insoluble nos lleva a “pasar sin ver”. Y sin embargo, el problema ahí está como reto, como herida punzante. Como llaga que pide curación y que necesita comprensión: ¿Por qué tenemos un país tan desigual? ¿Por qué existen tantas injusticias? ¿Por qué en México hay mexicanos de primera y de segunda?

Ahora bien, los españoles llegaron a lo que hoy es México dominando, tomando posesión de las tierras, de las propiedades de las comunidades. El modo de ejercer el poder fue sometiendo a los demás. A la supremacía de las armas de los españoles, se unió el dominio económico. De esta forma, los que ejercerían el poder en el “Nuevo Mundo” serían los que tuvieran más poder, más fuerza, más armas y más medios para someter e imponer. En este caso fueron los españoles, quienes sometieron económica, política y culturalmente a los indígenas. Con el uso de la fuerza buscaron dominar y justificar sus acciones. Tal parece que nacieron juntos el dominio económico y poder político. El que tenía derecho de mandar, de opinar, de criticar siempre fue el español. Al indígena le correspondía el trabajar, el callar y el someterse. La fuerza fue el elemento que permitió a los españoles dominar a los indígenas y apropiarse de las tierras y mantener a los indígenas trabajando para ellos. Esa situación sigue aún vigente.

Pero al usar el poder quedó en desuso el diálogo, la razón, el acuerdo. Y pareciera que desde entonces la palabra diálogo no está en nuestro vocabulario ni en nuestra praxis.

Como menciona Todorov,

“los autores españoles hablan bien de los indios, pero salvo en casos excepcionales, nunca hablan a los indios. Ahora bien, sólo cuando hablo con el otro (no dándoles órdenes, sino emprendiendo un diálogo con él) le reconozco una calidad de sujeto, comparable con el sujeto que soy yo. Si el comprender no va acompañado de un reconocimiento pleno del otro como sujeto, entonces esa comprensión corre el riesgo de ser utilizada para fines de explotación, el “tomar”; el saber quedará subordinado al poder ”

Las consecuencias de no considerar al otro como sujeto de diálogo, y menos si el sujeto no tiene poder o es pobre, son graves. El poder económico es el que dicta las pautas de la convivencia social y política y el que determina quien es interlocutor válido.

Un ejemplo de ello, que nos refleja son nuestras instituciones. En los partidos políticos impera una total descalificación al otro partido, a la otra postura, a las otras ideas tan solo porque el otro es otro. Se le niega, a priori, la palabra y se le acusa de ser intolerante e intransigente, escondiendo con ideologías el temor al diálogo.

Y a nivel ciudadano, se gestaron ciudadanos mudos. “Te callas o te mato”, “te callas o te pego”, “te callas o te atienes a la consecuencias” pudieran ser expresiones comunes dichas o pensadas que cobran vida en nuestra sociedad.

El problema que es social, también es personal y en esto indico solamente el machismo como aquella actitud que busca imponer por la fuerza el punto de vista propio sin escuchar al otro. Actitudes que parecen constantes en varios ámbitos de nuestra vida (escuela, relación profesor-alumno, relación esposo-esposa, relación padres-hijos).

Nuestro país enfrente grandes retos, como el de la desigualdad, la pobreza, el resquebrajamiento del tejido social y los altos índices de violencia. Resulta urgente reestablecer las relaciones igualitarias, hacer efectiva la igualdad legal: “todos somos iguales frente a la ley”, superar la discriminación, la corrupción. Se requiere devolver al otro su calidad de persona, de sujeto de diálogo, porque al hacerlo, nos devolvemos a nosotros mismos esa capacidad que nos permitirá comprender nuestro pasado y ponernos de acuerdo sobre nuestro presente y nuestro futuro.